7/4/21

La historia del radio que funcionaba con gas.


El afán por innovar puede llevar a inventos tan extraños como este...

¿Se imagina un radio conectado a la red de gas de su casa?

La tecnología avanza a pasos agigantados y hoy en día es difícil mantenerse completamente actualizado, porque día a día aparecen grandes innovaciones que, muchas veces, nos dejan desconcertados.

Y en esa búsqueda de tecnologías que ayuden a cambiar un hábito o una industria, muchas veces aparecen aparatos y sistemas que en principio parecen una buena idea pero que al final no terminan teniendo una gran utilidad.

Ya sea debido a dificultades del mercado, mala ingeniería o simplemente un momento terrible, estos inventos y dispositivos son los fracasos que la mayoría de nosotros olvidamos recordar.

Y la radio no se ha quedado atrás: la radio A.M. en estéreo no fue la solución que muchos esperaban. La electricidad inalámbrica no ha funcionado aún, y la radio a gas fue un completo fracaso.

En los años 30 del siglo pasado, las compañías proveedoras de gas estaban muy preocupadas por la posible erosión de su mercado con la llegada de los electrodomésticos, cuya aparición y difusión no podían predecir ni controlar.

Para responder al radio eléctrico, que en esa época necesitaba un acumulador de plomo y ácido difícil de manejar, y que había que llevar a una tienda especializada para ser recargado, a la industria del gas se le ocurrió crear un radio que funcionara con gas.

La empresa Attaix de Southampton, Inglaterra, comenzó a vender un aparato generador de corriente basado en el efecto termoeléctrico. La diferencia en temperaturas entre los dos polos del circuito generaba una corriente que activaba al aparato.





La corriente generada era muy modesta, pero era suficiente para energizar los radios existentes en esa época.

En 1939, el radio a gas integrado salió a la venta. Henry Milnes, dueño de la Miles Electrical Engineering Company comenzó a fabricar radios que contenían generadores termoeléctricos dentro del mismo gabinete en el que estaban los parlantes y el receptor.

Sus radios medían cerca de un metro de alto, y la pantalla con el dial y el altavoz ocupaban la parte superior mientras que el generador termoeléctrico ocupaba la parte inferior.

Para prender el aparato había que apretar un botón de ignición que encendía el gas, tal como se hace con las estufas a gas. Lo curioso es que ese mismo botón era el que controlaba el volumen.

Bueno, y que para protegerse contra un eventual incendio, el equipo estaba recubierto de asbesto, que en esa época no se consideraba cancerígeno como hoy en día.


Cada radio costaba 15 libras esterlinas, es decir, casi un salario mínimo de esa época, pero los costos de mantenimiento eran casi la mitad de los radios eléctricos, que tenían que recargar sus acumuladores frecuentemente.

Pero lo más llamativo es que los proveedores de gas aprovecharon otra supuesta ventaja de estos aparatos. Producían mucho calor, así que los promocionaban como una excelente solución para los fríos días de invierno.

Por razones obvias, las empresas de gas estaban felices de promocionar esta nueva línea de productos, pero por más entusiasmados que estuvieran, no pudieron convencer al público de que este era un electrodoméstico que no podía faltar en el hogar.

La verdad es que estos radios a gas fueron un gran fracaso. Un vendedor retirado le dijo a la publicación especializada Historic Gas Times que aunque tenía exhibidos muchos de estos aparatos en su tienda, solo había logrado vender uno.

El inventor, Milnes, emigró a Nueva Zelanda en los años 50 descorazonado y muy molesto, asegurando que la burocracia del gobierno había interferido su negocio, pero la verdad es que tratar de vender radios a gas era algo tan loco como tratar de vender motores a vapor para los aviones de hoy…



Conclusión: 

La tecnología nunca se va a detener y a pesar de los fracasos, siempre habrá que estar abiertos a esas innovaciones.

Gracias a esos errores tendremos muchos aprendizajes. Habrá descubrimientos que al principio podrán ocasionar burlas pero, nunca se sabe: de pronto de allí surgirán los grandes inventos del futuro.


TIEMPO QUE QUEDA PARA FIN DE AÑO