12/3/21

Telégrafo óptico

 Etimológicamente, telégrafo es un aparato para escribir a grandes distancias (en ocasiones, este artefacto es denominado también semáforo, del griego sema, signo o señal, y foro, llevar).

En esencia, un telégrafo óptico es un utensilio diseñado para ser visto a gran distancia configurando diversas señales por medio de un mecanismo operado por una o varias personas. Colocando varias torres en cadena podía hacerse que cada torre repitiese el mensaje de la anterior, propagándose así y recorriendo grandes distancias en un tiempo muy inferior al que requería un mensajero a caballo. Han existido diferentes modelos de telégrafo a lo largo de la historia y en los diferentes países y el principio de funcionamiento básico de todos ellos es prácticamente idéntico.


Descripción general
El telégrafo óptico consiste en un aparato situado a distancia visual de otro aparato similar. El operador maneja unos controles que sitúan los elementos del telégrafo en una posición reconocible por la torre siguiente. Esta repite el mensaje, que es leído y reproducido por una tercera, y así sucesivamente. No obstante, las frecuencias vienen marcadas por el material que se emplea en su construcción.

Funcionamiento de la red
El funcionamiento de la red comenzaba en la estación desde la que se emitía el mensaje. Se colocaba el telégrafo en una posición prefijada de alerta o de atención para "avisar" a la estación vecina y que la misma coloque su telégrafo en posición para captar el mensaje. Cuando la estación siguiente avistaba esta señal, colocaba su telégrafo en posición listo o preparado y el primer telégrafo sabía que podía comenzar a transmitir. Una vez que se comenzaba a transmitir, cada símbolo debía estar unos 20 segundos como mínimo en la posición para que la siguiente estación lo leyese correctamente y colocase su telégrafo en la misma posición, lo cual indicaba a la estación precedente que podía transmitir el siguiente símbolo del mensaje.

  


La vida en la torre
 

Las condiciones de trabajo eran especialmente duras. La dotación de cada estación telegráfica se componía de tres o cuatro personas. Durante su jornada laboral, que se extendía de sol a sol, mientras hubiese luz suficiente para divisar una torre, los torreros debían mirar regularmente a las torres anterior y posterior de la línea para comprobar si alguna de ellas se encontraba en posición de atención. Los operadores desconocían la naturaleza del mensaje y simplemente se limitaban a lo que veían en la torre anterior, para que fuese copiado por la posterior.

Además de la dureza de los factores antes mencionados, la vida de los operadores de cada estación era durísima. A la dureza del clima había que añadir que las torres solían estar en lugares elevados, donde las condiciones se recrudecen, también expuestas a los rayos de tormenta. Esto se unía al hecho de que las deficiencias presupuestarias hacían que en demasiadas ocasiones muchas torres fuesen abastecidas por la buena voluntad de los habitantes de las localidades circundantes.

En España los mensajes se enviaban cifrados según un código existente en el libro de códigos, que estaba en posesión del Comandante de Línea, que era el único autorizado a la codificación y decodificación. En el mensaje se enviaba el número de página del libro, y luego un código alfanumérico que hacía referencia a una de las palabras que aparecían en dicha página. Esto hacía que la transmisión fuese mucho más rápida, eficaz y segura que si se transmitiese letra a letra.

Problemas de operación
Uno de los mayores problemas que presentaba el telégrafo óptico era que el símbolo o señal producidos era plano, por lo que había de ser leído de frente. Un telégrafo visto desde un lateral no presentaba información alguna, como puede imaginarse. Esto obligaba a que los trazados fuesen casi rectilíneos y hacía que dar una curva fuese realmente complicado. De todos los sistemas existentes en Europa, los ideados por Betancourt y por Mathé fueron los que admitían mayor ángulo de visión (más de 45º), por lo que ambos sistemas fueron muy elogiados en círculos científicos del continente.

Pero el que quizá era el mayor inconveniente de este sistema de comunicación era el derivado de las lógicas inconveniencias de su medio. De noche era poco fiable y aunque se hicieron experimentos fijando faroles a los telégrafos, lo cierto es que ninguno de los prototipos superó la prueba con resultados satisfactorios en ningún país de Europa. Por otro lado, con lluvia intensa, niebla, nieve o calima se hacían prácticamente invisibles las estaciones contiguas, por lo que la transmisión había de ser interrumpida.

Historia
Es bien cierto que desde los inicios de la Historia, el ser humano se ha servido de medios ópticos para transmitir mensajes a gran velocidad. Ya en "La Orestíada", Esquilo narra cómo Agamenón envía noticias a los palacios del Átrida mediante hogueras durante la guerra de Troya. A finales del siglo XIV, Pedro IV de Aragón usa un sistema de ahumadas para comunicar movimientos de flotas o ejércitos enemigos a sus propias tropas, y Enrique III de Castilla envía un mensaje desde Toro a Segovia para anunciar el nacimiento de su heredero. Además, son de sobra conocidos los sistemas de señales de humo utilizados por algunas tribus de amerindios. No obstante, estos sistemas de comunicación visual no pueden considerarse técnicamente como telegrafía óptica por no conformar un sistema unificado con unas reglas homogéneas y regularizadas. Esto empezó a ser una realidad a finales del siglo XVII


Inicios
En 1684 Robert Hooke presenta ante la Royal Society un sistema de telegrafía óptica que no tiene demasiada acogida.

Durante el siglo XVIII sobreviene una serie de avances sociales, políticos, científicos y tecnológicos que confluirán en las condiciones idóneas para el desarrollo de esta técnica. En concreto, la mejora de las ópticas permitió construir utensilios para mejorar la visión a grandes distancias, lo que permitía alargar los espacios entre cada estación telegráfica y la siguiente, haciendo más económico el tendido de las redes. Las nuevas lentes acromáticas (que no presentaban aberración cromática) alcanzaban una precisión mucho mayor y su técnica de construcción permitía hacerlas mayores y con más potencia de aumento.

Además, durante la citada centuria se establece el pensamiento ilustrado en toda Europa, que hace que desde las cúpulas de poder se impulse de manera decisiva todo avance científico-tecnológico.

El inventor Claude Chappe (1763-1805) nació un 25 de diciembre.

Así, Francia es el primero de los reinos europeos que se interesa seriamente por la telegrafía. El clima de inestabilidad existente a finales del siglo XVIII hace que desde la corona se financie un sistema de comunicaciones rápido y eficaz que permita mejorar el control del territorio y mantener el orden. En 1792, ya en plena I República, se da luz verde al proyecto de construcción de Claude Chappe y de su hermano Ignace Chappe, que colaboró, de la primera red de telegrafía. En 1793 se le concede a Chappe, en Francia, el primer título mundial de ingeniero telegrafista como reconocimiento a sus trabajos para poner en funcionamiento estaciones repetidoras de signos gráficos y darles el nombre de telégrafo.

En 1794 se transmite el primer telegrama de la Historia desde Lille a París, a lo largo de 230 kilómetros y 22 torres. El éxito de esta primera prueba es el espaldarazo definitivo a la telegrafía que en Francia llegará a tener en toda su red, una extensión de casi 5.000 kilómetros.

Antes incluso del éxito de Chappe, los informes de este avance tecnológico son difundidos por los servicios de información y espionaje, y numerosos países europeos se apremian a construir sus redes telegráficas. El segundo en hacerlo es Suecia, casi a la par que Hungría. España, el Reino Unido y Alemania tampoco tardan en dotarse de este sistema de comunicación. En Estados Unidos se comienza a principios del siglo XIX una red de telegrafía en la costa Este, aunque no llegará a tener relevancia ya que nunca llegará a abarcar una parte apreciable de su territorio.


EL TELÉGRAFO ÓPTICO DE EL CORTIJO (LOGROÑO)

A kilómetro y medio de Logroño sobre un pequeño cerro llamado "El Castillo", que se alza unos 200 metros sobre el río Ebro, junto a la emisora de Radio Rioja, se levanta la torre fuerte de El Cortijo.
Se trata de una pequeña torre vigía levantada en los años 30 del siglo XIX con motivo de la guerra carlista, que sin duda se aprovecha de las vistas estratégicas de su emplazamiento, desde el que se domina toda la rivera del Ebro desde la Sierra de Cantabria al Moncalvillo. La torre construida en sillería sigue el diseño habitual de estas construcciones. De planta cuadrada se distribuye en tres pisos, con ventanas en aspillera, marcados por líneas de imposta. 
El ingreso se encuentra en la primera planta a unos tres metros de suelo en la fachada sur. 

Su estado de conservación en de ruina, la cubierta y los pisos interiores se ha hundido y los muros presentan pintadas.




TIEMPO QUE QUEDA PARA FIN DE AÑO